Monday, February 11, 2008





Ocho piezas para el rompecabezas de la poesía actual
Un ensayo revisando los resultados del Premio Aguascalientes del año dos mil a la fecha.

(Texto aparecido en la revista Viento en Vela, año 2, número 10, diciembre 2007.)


OCHO PIEZAS PARA EL ROMPECABEZAS DE LA POESÍA ACTUAL.
En torno al Premio de Poesía Aguascalientes

por Alí Calderón
I

En la primera década del siglo pasado aparecieron algunos poemarios muy trascendentes en la tradición literaria del país. Por ejemplo, en 1901, Salvador Díaz Mirón publicó Lascas; en 1902 se conocieron los Poemas rústicos de Manuel José Othón e Ingenuas de Luis G. Urbina; en 1903, Enrique González Martínez saca a la luz Preludios; en 1904 se conoce la segunda edición aumentada de El florilegio de José Juan Tablada; Los jardines interiores de Amado Nervo comienza a circular en 1905; en 1907 se editan Lirismos nuevamente de González Martínez y Joyeles de Efrén Rebolledo. En el contexto global de la lengua española, este periodo entregó, entre otros, Cantos de vida y esperanza de Rubén Darío, en 1905.
Y si comparáramos aquella poesía con la que se produce exactamente cien años después ¿qué tendríamos? ¿Saldría de tal ejercicio bien parado nuestro tiempo? ¿Habría un avance, un retroceso? Esto quizá pueda hacerse revisando la poesía mexicana del nuevo siglo que mereció el reconocimiento más importante del país, el Premio de Poesía Aguascalientes.

II
En 1931 se crearon los Juegos Florales de Aguascalientes. El prestigio de este certamen se incrementó notablemente a través de tiempo al grado que sus dos últimos ganadores fueron José Carlos Becerra y Rubén Bonifaz Nuño. En 1968 el premio cambió de nombre al de Premio Nacional de Poesía y se constituyó en el máximo reconocimiento otorgado a un poeta en el país. Algunos de sus ganadores fueron Juan Bañuelos, José Emilio Pacheco, Eduardo Lizalde, Alejandro Aura, Hugo Gutiérrez Vega, etc. En 1980 el premio cambia su nombre nuevamente. Ahora, el Premio de Poesía Aguascalientes formaba parte de los Premios Bellas Artes de Literatura, de la política cultural del INBA. Con ello, el premio solidificaba su prestigio y ratificaba su condición de mayor distinción para el trabajo de un poeta. Algunos de sus ganadores son voces que han nutrido nuestra lírica y constituyen un referente irrenunciable en nuestra tradición, pienso ahora en Francisco Hernández, Efraín Bartolomé, José Luis Rivas, Jorge Esquinca, Eduardo Langagne, etc.
Por lo anterior, podríamos inferir que, si el Premio de Poesía Aguascalientes representa una especie de consagración para el poeta que lo recibe, su obra debe ser considerada como el punto más alto de nuestra poesía en un momento determinado del tiempo. Esta es quizá una traslación desmesurada de significado pero debido a las implicaciones y a la importancia del premio, también resulta posible. Así las cosas, si revisáramos a los poetas que merecieron esta distinción a partir del año dos mil podríamos explorar una importante zona de la poesía en México, acaso sus tendencias más trascendentes, probablemente la orientación estética de sus vectores. Se trataría, en suma, de un diagnóstico, quizá revelador, del estado de la poesía nacional.


III
Los Premios de Poesía Aguascalientes entregados del año dos mil a esta parte y que se supone representan momentos sobresalientes de nuestra lírica son Los hábitos de la ceniza de Jorge Fernández Granados (2000); Sin título de Jorge Hernández Campos (2001); Coliseo de Héctor Carreto (2002); Dylan y las ballenas de María Baranda (2003); Reducido a polvo de Luis Vicente de Aguinaga (2004); Hay batallas de María Rivera (2005); Boxers de Dana Gelinas (2006) y El deseo postergado de Mario Bojórquez (2007). Según el prestigio del premio, en ellos debe mostrarse, al menos en teoría, la más alta poesía del país. Todos ellos dan cuenta de distintos lenguajes literarios, diversas maneras de construir el poema y acceder a lo poético.

2000. Los hábitos de la ceniza es quizá el mejor libro de poemas publicado en lo que va del siglo en México. Es, desde mi perspectiva, junto a Cuadernos contra el ángel de Efraín Bartolomé y El diván de Mouraria de Mario Bojórquez, el momento más intenso de nuestra expresión lírica en los últimos veinte años.
Fundamentado en la connotación de sentimientos, Los hábitos de la ceniza logra la perfección apolínea del mismo modo que la conmoción dionisíaca. Es un poemario cuidadoso de la forma, preocupado por su construcción y con conciencia de la música. A momentos, la estrategia textual se advierte preciosista en el mejor sentido y plena de virtuosismo. Y recordamos aquí, por ejemplo, el universo verbal que propone el poema “La perfumista”. La cadencia es característica esencial de este poemario. En Neme, por ejemplo leemos:

Voy a buscarte, Neme, en milpas de granizo.
Quiero encender la leña, que perfume
esta noche de oficios sobre el río.

La sensación rítmica se alcanza gracias a la música propia de una silva (alternancia de heptasílabos y endecasílabos) así como a la regularidad acentual en los versos. El autor modelo es consciente en plenitud de la construcción del poema. Y lo agradecemos.
El poemario está cruzado por la melancolía, los poemas “hacen sentir”, develan de algún modo el ser en sí del sentimiento que expresan. Para decirlo en pocas palabras, estos poemas nos duelen. Para muestra los siguientes versos:

• A dónde van entonces que nos duelen
como un crujido de brasas en la noche.

• Asoma, sin embargo,
cierta emocionante intimidad en el silencio.

• El olor de la tristeza
ha dejado su jardín en esta casa.

Y momentos que, con delicadeza de expresión, aprehenden lo sublime:

No puedo saber
cuánto hilo le faltará a mis manos
para terminar esta tela.
Creo que ha sido la blancura
su tenue vocación y su misterio.
La trama profunda
que el inocente azar de su dibujo
y la solitaria fe que cifra el ritmo
de mis manos a la urdimbre.
Quizás esta tela es toda para el viento,
vela para un largo viaje en la incensura
de un lento mar que llama, lejos.

El Premio de Poesía Aguascalientes es digno de Los hábitos de la ceniza y Jorge Fernández Granados es un poeta en toda la extensión de la palabra.

2001. Sin título es un libro de menor calidad y pretensión estética. Dramático y célebre por las circunstancias extraliterarias que lo rodean. La poesía que se muestra, pienso, es inconsistente y el poemario, irregular. Los poemas, debido al tempo veloz producido por versos breves de abrupto corte y una presencia abundante de verbos, crean la sensación de vértigo y tensión:

Por fin el tren se detiene
titubeante alzas la mano
y aferras a tientas tu fardo

Es la hora de la hora: se
desciende, amigo, se desciende
mas no esperes tú que esperen

No te fuiste El tren se herrumbró
sobre los rieles y tú nunca
dejaste de estar siempre lejos

Miope pisa con tiento los
escalones del vagón, no el
primero porque ése no existe

sino el segundo que hubiera po-
dido ser el de la esperanza
el del porque no ¿por qué no?

Este ritmo es propicio para la construcción de un discurso en el que el fluir de la conciencia desemboca en el automatismo psíquico, con la inherente consecuencia estilística de los juegos de palabras y las paronomasias, recurrencia isotópica en el plano de la forma de la expresión:

Yo soy hoy
el balbuciente
que es ese quién al que se le quiebra
la saliva
O se le desleía en el hoyo
de la boca
la borrascosa rosa
de nuestras lenguas

(...)

Caído de bruces, perdidas
las gafas te preguntarás
que pues qué para qué o quizá


Siendo sinceros y suponiendo que este libro requiriera una calificación escolar, yo, desde mi óptica, lo pasaría con nota de seis o siete, aprobado de panzazo; creo que no es digno del prestigio del Premio.
Me gusta en este libro la intención de crear un discurso directo que, entre otras cosas, introduce coordinaciones y subordinaciones sin la innecesaria dilación del nexo:

oigo crujir don Luis entre tus dientes
tintados verbos que olvidaste hagamos
gesticulando ámbar de por medio
el mutuo oficio de ponernos tristes.

2002. Coliseo es un libro que, con todo merecimiento, ganó Aguascalientes. Reivindica una tendencia fuerte de la poesía en México, la del epigrama. Una tendencia que, de manera general, desciende sobretodo de Catulo y Marcial y que en nuestro país incorpora nombres como los de Xavier Villaurrutia, Salvador Novo, José Emilio Pacheco, Eduardo Lizalde, Raymundo Ramos, de algún modo Efraín Huerta, Vicente Quirarte, recientemente Iván Cruz Osorio, y que se cifra como una de las más vitales vetas líricas en nuestro panorama.
Coliseo está sustentado en la brevedad y la precisión, poemas que tienen “chispa”, donaire, agudeza e ingenio dirían en el siglo XVII, esa otra vuelta de tuerca que requiere el arte. La literariedad, es decir, la calidad de los poemas, se juega en el terreno de la polisemia, de la forma del contenido. Los poemas de Coliseo producen “algo” en su lector, generan humor, reflexión tras el extrañamiento de la ironía. Así, por ejemplo, se logra lo cómico gracias a la ambigüedad.

[Mal de amor]
No me importa el contagio del herpes
ni de otros daños incurables.
Es el riesgo del deseo, es su mandato:
Beber en tu tasa es, acaso, mi única oportunidad
de poner mis labios sobre los tuyos.

Se consigue el poema satírico mediante el procedimiento engaño-desengaño:

[El caballo de Calígula]

Cómo se indignó el Senado
cuando irrumpió el caballo del César
y ocupó una curul.

Tenían razón: un corcel
no cabe en un establo de asnos.

O se hace aguda reflexión, no exenta de comicidad, en el multicitado “Epitafio de Octavio”:

Ha muerto Octavio, señor de esta casa.
Le sobreviven sus gatos.

¿A quién le corresponde beber el vaso de leche?

En suma, premiar Coliseo fue una buena decisión del jurado.

2003. Dylan y las ballenas es, a mi entender, un libro de grandes cualidades y graves desaciertos. Poemas que desarrollan un idea particular y que, al ser compactos, aseguran la unidad temática. Un tono de exquisitez cruza los poemas. La delicadeza de expresión del autor modelo asoma a cada momento entregando versos como:

• Aquí la piel de un árbol se bendice
y es la lluvia un despertar para los patos.

• Sé que mi sangre es fuego que asesina
(…)
sombra que dicta al corazón ser otra sombra.

• De ella el signo erecto de la planta carnosa y lobulada

La inteligencia de construcción que anima el libro domina plenamente la forma y mediante el trabajo consciente del plano de la expresión logra momentos de verdadera poesía:


y así poder vencer aquel veloz instante de la ciénega
que nos hace sentir que tú, yo, los otros todos
somos un mismo momento único, oscuro y detenido.

o

Bebiste entonces el oro de sus ojos, la sal diseminada
en la furia de los cánticos
y las plegarias pobladas de mentiras y secos escorpiones.

En el poemario se advierte un decir fundado en la mesura y la elegancia. El estilo es limpio, claro, melódico, cadencioso, próximo a una voz media de fino carácter apolíneo. Lo literario aquí se logra gracias a la autorreflexividad. Este libro destaca por la destreza técnica que lo antecede y la elegancia de expresión que muestra. La emoción que produce, sin embargo, es nula. Hay en el poemario una sensibilidad superficial que debilita la potencia poética. Estos poemas están muy bien redactados pero carecen de fuerza emotiva, son difíciles de recordar, no revolucionan a su lector. El autor modelo parece capaz de dar cuenta de todo aquello que se propone. Sin embargo, no evoca, no invoca, no emociona. Narra, describe (y lo hace con maestría). Es aquí cuando pienso en el viejo debate, ingenuo si se quiere, sobre si basta escribir en verso para hacer poesía.
El plano de la forma del contenido es ingrávido. El poemario comunica poco, es intrascendente.
El premio de Poesía Aguascalientes, al ser el reconocimiento de mayor prestigio, exige perfección. Y en Dylan y las ballenas no la hay. A veces la sintaxis es pobre, únicamente se construyen comparaciones apelando al tan manido y desde hace cien años censurado “como” (yo estoy adentro de esa vida/ como animal sitiado por tus vísceras); hay momentos en que las construcciones son populares y rompen el tono culto que se sugiere (aquí hasta Dios se infecta); el ritmo suave y mesurado se estropea por la aparición de asonancias y rimas consonantes que no sorprenden y aún cortan el flujo poético (Bebiste entonces el oro de sus ojos, la sal diseminada/ en la furia de los cánticos/ y las plegarias pobladas de mentiras y secos escorpiones./ Dijiste que un muro jubiloso te ocultaba,/ que una bestia para ti/ era alimento en el templo de todas tus visiones). En resumen, un libro cuidadoso, bien redactado, elegante pero sin vísceras, gris.

2004. Reducido a polvo obtuvo el Premio con el siguiente dictamen: “Equilibra expresión con dominio formal y se asienta en la tradición de la poesía universal moderna, sobre todo la española”. Cuando Julián Herbert reseñó el libro habló de menguada destreza poética, inexactitud, obviedad, falta de sentido común. Creo que suscribo lo anterior. Reducido a polvo no es un libro disfrutable y aún es difícil de tolerar. Sobresale en él (no sé si como valor o defecto) un modo de organizar / desorganizar el discurso lo cual produce un exrtrañamiento lógico y sintáctico. Hay cierta búsqueda de la simultaneidad y una sintaxis de la fragmentación: se emplea con frecuencia el encabalgamiento, más como recurso formal que como vehículo afectivo. Quizá la mayor virtud del libro sea la impresión de incertidumbre que genera:

Cesara un día.
Partiera sin más de un lado al otro,
de un momento
al otro.

Y fuera ese otro lado, ese momento
aquello que no es donde,
aquello que se ignora
y desconoce nuestras puntas, nuestros extremos, nuestros límites,
y no sabe de mí.

Igual que nada.
Viene y me dice: igual
que nada. Vengo
y me dicen, me dan, me ven
y cuanta madre.
Me pregunto si vivo

y la pregunta sola me responde:
¿vives?

Otro buen momento del poemario es:

Tal vez sea mentira lo que has dicho.
Los buenos días. El cuerpo no duele.
Tú lo sabes mejor: sabes en cuántas manos
la moneda que diste no era falsa
y en cuál de todas ellas, única,
irrumpiera la estafa como un borde,
un óxido imprevisto.

2005. Hay batallas es un libro plenamente disfrutable en sus primeras páginas. Luego, a mi parecer, hay una caída en la calidad. Un libro de poesía irregular con momentos, sí, de alta poesía. En los poemas se advierte voluntad de forma, elegancia de expresión. Quizá como muestra de ello el siguiente poema:

... retroceden y avanzan impenetrables páramos, malezas de agua rápida. Yerro en la palabra mansedumbre, yerro, me acongoja el viento de lo simple. Ando hacia el cerco donde la palabra cerco es una piedra.

Hay momentos en que la creación de cierta música (regularidad acentual en 3, 7 y 10) dota al poema de donaire y fuerza emotiva:

La espesura construyó nuestras esquelas,
troqueló nuestros silencios con corceles.

El tono de varios poemas recuerda el propuesto por la prosa de Guadalajara y así, a ratos, asistimos a una suerte de reinterpretación del canon. Así sucede en el primer poema del libro:

...Y a la vera del río te confunden sus aguas bien mentidas, su terco parecer espejo, el incesante afán de no ser agua sino cielo. No te mires en ese río que se viste según el orden de tus ojos. No busques en el derrumbe del tiempo, donde moran los vestigios arenosos de los días, la pálida imagen de la rosa y no la rosa: muy pronto el río es rumorosa canción de lo ya ido.

Además de ese tono, advertimos, como antes se dijo, trabajo de la forma de la expresión, un poema de tersa piel y delicada manufactura. A veces se prefiere el juego de palabras y el laberinto conceptual:

¿qué palabras son éstas que dicen lo que no digo
y si las digo me desdicen?

Me parece que el mejor poema del volumen es:

... si la lluvia pudiese, si la lluvia. Si la lluvia pudiese escribir este poema, decir todo el amor que soy, que fuera. Si fuera la lluvia, si fuera. Corto de riendas, corto, este amor se me hizo piedra, se me hizo. Como si el hacer fuera este fruto. Corto mis muñecas, me hago grieta y no apareces, no aparece Dios sobre las aguas. Si la lluvia pudiese, sí, la lluvia, sonreírte con mis labios, si pudiese. Acercar mis palabras a tu oído, rescatarme de los voraces agujeros que me tienden. Tender un puente de voz para mi muerte, si la lluvia, si pudiese.


Poema sugerente, cargado de sentido, de ambigüedades, melancólico.
Sin embargo, pienso que en el libro hay algunos problemas formales que quiebran la perfección y disminuyen la calidad: Lugares comunes (tus ojos como dos cristales repentinos; contigo que estás en el aire que respiro; polvo, no te olvides de mi hora), invariable introducción de comparaciones mediante el nexo “como” (Para mí, como un cartógrafo; y éramos como niños que se encuentran en el festín de lo necesario; pudiera ser el amor como el silencio).
En numerosas ocasiones se pugna por la rima consonante y la asonancia. Ello, creo, en detrimento del ritmo interior que proponen los poemas. Rimas cercanas que rompen la tensión del poema, aminoran su intensidad y generan una música ingenua:

(...) Lo mismo los árboles que crecen en los ríos, el cacao y el agua de chía. Los árboles, ese árbol de casa de mi tío, no daría la misma sombra, si estuviera en otro lado.

o

(...) Baste ver el fuego, la brasa ardiente. Baste verla: cenizas solamente. La sangre trasminándose del ojo, agua liberada de su fuente, una vez roto el vaso que la contiene (agua hacia su fuente, entre las hojas, hacia ¿dónde? El cuerpo, por primera vez boca de la tierra, donde igual trabaja el tiempo, con la misma rapidez de siempre.)

En la estrategia textual María Rivera hay un cliché que, a mi parecer, entorpece la sintaxis y obstruye el sentido. Se trata de distintas repeticiones que no aportan al poema y aún abruman al lector. Se podría pensar en difrasismo o en verso paralelístico pero no parece que la intentio autoris ronde estos caminos.

• Querido amigo, te diré. Te diré/ estas cosas oscuras que suceden.
• He vuelto. He vuelto a tu puerta: no hay nadie, me digo, no hay nadie tras las puertas cerradas del poema.

• Pudiera ser, pudiera ser el amor como el silencio, pudiera ser un muelle o una rosa.
• Estábamos en eso de salvarnos, estábamos/ amargos y oscuros.

Y así, a lo largo del libro, esta construcción sintáctica que se repite una y otra vez y que, a mi parecer, denota pobreza de composición. Por todo lo anterior, creo que un buen proyecto estético como Hay batallas, poemas con flashazos de buena poesía, zozobra por desatenciones o falta de conciencia, por un autor modelo que no fue cuidadoso en la construcción de los textos y que operó de manera superficial. Se trata, desde mi juicio, de un buen libro, pero no suficiente para Aguascalientes. No es perfecto formalmente, no es altamente emotivo y por lo anterior es un texto que yo definiría como mediano.

2006. Boxers es un libro diferente, raro, distante de los códigos de la poesía tradicional pero con una apuesta valiente y, siendo sinceros, no sé hasta qué grado fructífera. Este libro nos propone un discurso rabiosamente contemporáneo que lleva el exteriorismo hasta sus límites. Los poemas son de norma coloquial, a medio camino entre lo confesional y lo narrativo, entre el soliloquio y la conversación, más preocupados por la forma del contenido que por la forma de la expresión.
El decir de estos poemas deriva del epigrama y la antipoesía, quizá por ello se aprecian alejados del lirismo y próximos a un decir asequible, al sistema modelizante primario. Poemas que ponen en práctica aquella fórmula que introdujera Pedro Henriquez Ureña a nuestra tradición: escribir como se habla. Sin embargo, en sus connotaciones de carácter social y afectivo se alcanza el estatuto de lo simbólico.
Este volumen actualiza a Borges cuando decía que “algo banal hay en la felicidad”. Sin embargo, detrás de la banalidad, supongo, opera una ironía. Boxers es un canto a la cosificación, una reflexión en torno a la alienación y sus posibilidades emotivas.
Formalmente, hay conciencia de una nueva música. En el autor modelo, en la lógica de construcción de los poemas, se advierte un estar seguro de que la poética correcta es escribir de acuerdo a nuestra sensibilidad, poetizar como hablamos cotidianamente.

Olvídalo, déjalo atrás,
un ataque de melancolía
te haría escribir en vieja métrica
un poema amoroso
a tus viejos zapatos.

Incluso, los mejores versos del libro presentan tono sentencioso:

• Aquí, a la altura del corazón,
está el purgatorio de todos.

• Cuídate del galán
que te invita al circo
de los Hermanos Ringling
con obscenidades en los bóxers.
Una lengua de sapo merece la guillotina.

El humor, además, es componente importante del libro:

Dime tú, la que nació de la costilla de un hombre
y ha sido cantada y medida en verso
por su 34 C,
por la axila riente de su sexo
y por su trasero fabuloso.

2007. El deseo postergado es un libro sólido, profundamente doloroso y con merecimientos plenos para ganar Aguascalientes. Significa, en el plano de la historia literaria, un regreso a la poesía de la pasión, a aquella combustión de los huesos que exigía Ramón López Velarde, a la poesía de vísceras y nervios que se interesa por la delectación apolínea pero que resulta más efectivo en el extrañamiento, más aún, en el estremecimiento de carácter dionisíaco:

Y de mí sólo queda una vaga sustancia que no me nombra ya
Que no contiene todo el vigor, la lumbre de otro tiempo encendido

La melodía que construye el autor modelo emplea recurrentemente el heptasílabo. Y este metro, de hecho, es caro a la expresión de esta estrategia textual:

Sólo nombraste el bosque que te vistió de niño
Su alegre arboladura
Su tenebra de musgo
Por eso es que volver
Regresar en el soplo ardiente
En la escama de vidrio de tus ojos
No puede ya salvarte.

Además de la construcción musical, este libro apuesta el tono de su poesía a la gran tensión articulatoria de sus versos. Así, cuando, por ejemplo escribe:

Dices que el amor es una fruta artera
Una pulpa de sangre en boca codiciosa

Y somos capaces de percibir el furor y la intensidad de la forma del contenido gracias a que, de manera solidaria, en el nivel de la forma de la expresión advertimos cuatro acentos por verso que enfatizan el sentido.
La inteligencia de construcción, además, se preocupa por la aisthesis, por crear sensaciones. En la lectura de sus poemas se siente el coraje, la furia, la maledicencia, el dolor:

Eres el que no supo decir lo que deseaba
La codiciosa boca que el fruto no mastica
Que echa a perder, arpía, banquete y festival

Eres el insaciado que mira con envidia
La insoportable alegría de los otros
El que se duele hasta los huesos por la inocente risa

Se te nublan los ojos por la ira
Se te hinchan las manos de cruel remordimiento
Se emponzoña tu sangre

Qué hoguera, qué abandono
Qué miserable eres a orillas de la vida

Estas sensaciones se logran gracias a que en sus versos alternan con fortuna la violencia de vibrantes simples o múltiples (r, rr), la aspereza y resequedad, el bufido de furia de las fricativas (f, s) y la consistencia, oscuridad y cerrazón de las oclusivas (p, t, k, b, d, g). Este tono de imprecación e injuria resulta sumamente atractivo cuando dirige el tajo en cuello propio, cuando se traslada al terreno del examen de conciencia, de la introspección y el recuento de los daños. Así, lo que en algún momento fue infamante trueca en un discurso doloroso con matices de terneza:

Qué desmedrada
Encía
Para tus cuatro dientes
Qué espalda
Que encorvada
Ya no distingue
El peso de lápidas atroces
Qué desolada respiración
Te pone en pie

El deseo postergado discurre en el tópico de la reflexión moral. Parte de la desolación y la angustia por el no-ser y culmina en una agobiante y rabiosa conciencia de la finitud.

Desde mi óptica y sin agravio a nadie, con honestidad, con sinceridad, sostengo que el Premio de Poesía Aguascalientes, a partir del año dos mil, cuenta con tres libros que se incorporarán de manera definitiva en la tradición literaria del país: Los hábitos de la ceniza, Coliseo y El deseo postergado. Tres libros en los que aparece la poesía y hay muy poco de qué avergonzarse. Libros sólidos, libros que gustan, libros que recordamos, libros valiosos más allá de sus autores porque, a final de cuentas, una vez publicado el texto el autor es lo de menos. Lo que interesa es la poesía.
Estos tres libros pueden perfectamente competir con aquellos del modernismo, siempre recordando que éste fue quizá uno de los más brillantes momentos de la poesía en lengua española.
Por último, creo que debemos valorar con seriedad la poesía que se escribe en México. Es labor de lectores, autores y jurados construir parámetros de juicio respecto a los textos que consideramos dentro del género poético. Esa tarea crítica habrá de limpiar la corrupción (si existiese) y el falseamiento del gusto que se ha vivido en el país durante los últimos años.

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